El Hayy – El viaje de toda una vida : Los ritos de Abraham


Nimah Ismail Nawwab _edited by M. Abdulsalam

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Justo después del atardecer, la masa de peregrinos prosigue hacia Muzdalifah, una planicie abierta a mitad de camino entre Arafat y Mina.  Allí oran primero y luego recogen una cantidad fija de piedras del tamaño de un guisante para utilizar en los días subsiguientes.

Antes del alba, al día siguiente, los peregrinos avanzan en masa de Muzdalifah a Mina.  Allí arrojan las piedras recogidas contra los pilares blancos, una práctica asociada con el Profeta Abraham.  Al arrojar las siete piedras contra cada uno de los pilares, los peregrinos recuerdan el relato del intento de Satán de persuadir a Abraham para que ignore el mandamiento de Dios de sacrificar a su hijo.

Arrojar las piedras es un símbolo del intento de los seres humanos de alejar el mal y el vicio, no una sino siete veces – siendo que el número siete simboliza la infinidad.

Luego de arrojar las piedras, la mayoría de los peregrinos sacrifican una cabra, oveja o algún otro animal, tras lo cual dan la carne a los pobres, y en algunos casos, guardan una pequeña parte para consumo propio.

Este rito está asociado con la voluntad que Abraham demostró para sacrificar a su hijo según el deseo de Dios.  Simboliza la voluntad del musulmán para abandonar lo que es más preciado y nos recuerda del espíritu del Islam, en el que la sumisión a Dios juega un papel preponderante.  Este acto también le recuerda al peregrino que debe compartir los bienes mundanos con los menos afortunados, y sirve de ofrenda para dar gracias a Dios.

En esta etapa, como los peregrinos ya han completado una gran parte del Hayy, pueden abandonar el ihram y ponerse su ropa habitual.  En este día, los musulmanes de todo el mundo comparten la felicidad que sienten los peregrinos y se unen a ellos realizando sacrificios idénticos e individuales en una celebración mundial llamada ‘Eid al-Adha, “el Festival del Sacrificio”.  Los hombres se afeitan la cabeza o se cortan el cabello y las mujeres se recortan un mechón simbólico, para marcar su liberación parcial.  Esto se hace en símbolo de humildad.  Todas las proscripciones, excepto la de mantener relaciones conyugales, se levantan.

Aún en viaje a Mina, los peregrinos visitan La Meca para realizar otro rito esencial del Hayy: El tawaf, las siete vueltas alrededor de la Kaaba, con una plegaria recitada durante cada circuito.  La circunvalación a la Kaaba, el símbolo de la unicidad de Dios, implica que toda actividad humana debe tener a Dios en el centro.

Thomas Abercrombie, un musulmán converso, escritor y fotógrafo de la revista Nacional Geographic, realizó el Hayy en la década del ‘70 y describió la sensación de unidad y armonía que sienten los peregrinos durante este recorrido:

“Siete veces giramos en torno a la Kaaba repitiendo las devociones rituales en árabe: ‘Señor, desde tan distantes lugares hemos llegado.... garantízanos seguridad bajo tu Trono’.  Capturados allí girando, elevados por la poesía de las oraciones, giramos en torno a la casa de Dios como lo hacen los átomos, en armonía con los planetas”.

Al hacer sus circuitos, los peregrinos pueden besar o tocar la Piedra Negra.  Esta piedra oval, montada por primera vez en un marco de plata en el siglo XVII, tiene un lugar especial en los corazones de los musulmanes pues, según algunos dichos del Profeta, es el único resto de la estructura original construida por Abraham e Ismael.  Pero quizás la razón más importante para besar la roca es porque el Profeta lo hizo.

Sin embargo, no se le asigna ningún significado de devoción a la roca, pues no es, ni nunca lo ha sido, un objeto de adoración.  El segundo califa, Umar ibn al-Jattab, lo dejó claro cuando, al besar la roca emulando al Profeta, proclamó:

“Sé que no eres más que una roca, incapaz de beneficiar o perjudicar.  Si no hubiera visto al Mensajero de Dios besarte – la paz y las bendiciones de Dios desciendan sobre él – no te besaría”

Luego de completar el Tawaf, los peregrinos oran, preferentemente tras la Estación de Abraham, el sitio donde Abraham se paró mientras construía la Kaaba.  Luego se bebe el agua de Zamzam.

Otro rito, y a veces final, es el sa’i o “corrida”.  Se trata de una dramatización de un episodio memorable de la vida de Hagar, quien fue llevada a lo que el Corán llama el “valle árido” de La Meca, con su pequeño hijo Ismael, para establecerse allí.

El sa’i conmemora a Hagar y su frenética búsqueda de agua para saciar la sed de Ismael.  Fue y volvió siete veces entre dos colinas rocosas, al-Safa y al-Marwah, hasta que encontró el agua sagrada conocida como Zamzam.  Esta agua, que fluía milagrosamente a los pies del pequeño Ismael, provenía de los mismos manantiales del agua que beben los peregrinos hoy.

Una vez que se culminan estos ritos, los peregrinos están totalmente liberados: Pueden retomar todas las actividades normales.  Luego regresan a Mina, donde permanecen hasta el 12 o 13 del mes de Dhul-Hiyyah.  Allí arrojan las piedras sobrantes contra cada uno de los pilares en la manera practicada o aprobada por el Profeta.  Luego se despiden de los amigos que conocieron durante el Hayy.  Sin embargo, antes de partir de La Meca, los peregrinos realizan un tawaf final en torno a la Kaaba para decirle adiós a la Ciudad Sagrada.

A menudo los peregrinos realizan la umrah, o “peregrinación menor” antes o después del Hayy, conocido como la “peregrinaciòn mayor”.  La umrah está establecida por el Corán y fue realizada por el Profeta.  La umrah, a diferencia del Hayy, tiene lugar solamente en La Meca y puede realizarse en cualquier época del año.  El ihram, la talbiyah y las restricciones requeridas por el estado de consagración son igualmente esenciales en la umrah, que también comparte otros tres rituales con el Hayy: El tawaf, el sa’i y afeitarse o recortarse el cabello.  El cumplimiento de la umrah por parte de peregrinos y visitantes simboliza la veneración de la santidad única de La Meca.

Antes o después de ir a La Meca, los peregrinos aprovechan la oportunidad que les brinda el Hayy o la Umrah para visitar la Mezquita del Profeta en Medina, la segunda ciudad sagrada en orden de importancia en el Islam.  Aquí, el Profeta está enterrado en una tumba sencilla.  La visita a Medina no es obligatoria, pues no es parte del Hayy o de la Umrah, pero la ciudad – que le dio la bienvenida a Muhammad cuando emigró allí desde La Meca – es rica en recuerdos conmovedores y sitios históricos que lo evocan como Profeta y ser humano.

En esta ciudad, amada por los musulmanes durante siglos, la gente siente el efecto de la vida del Profeta.  Muhammad Asad, un judío austriaco convertido al Islam en 1926 y que hico cinco peregrinaciones entre 1927 y 1932, comenta lo siguiente sobre ese aspecto de la cuidad:

“Aún trece siglos después, la presencia espiritual [del Profeta] está casi tan viva como en ese entonces.  Fue gracias a él que un grupo de aldeas esparcidas llamadas Yazrib en un tiempo se convirtieron en una ciudad y ha sido amada por todos los musulmanes hasta este día como ninguna otra ciudad en el mundo ha sido amada jamás.  Ni siquiera tenía nombre propio: Durante más de mil trescientos años, fue llamada Madinat an-Nabi: ‘la Ciudad del Profeta’.  Durante más de mil trescientos años, ha convergido aquí tanto amor que todas las formas y movimientos han adquirido una especie de semejanza familiar, y todas las diferencias de aspecto encuentran una transición tonal hacia una armonía común”.

Cuando los peregrinos de distintas etnias y lenguas regresan a sus casas, llevan consigo hermosos recuerdos de Abraham, Ismael, Hagar y Muhammad.  Siempre recordarán ese encuentro universal, donde pobres y ricos, blancos y negros, jóvenes y ancianos, se reúnen por igual.

Regresan con un sentido de admiración y serenidad: Admiración por su experiencia en Arafat, al sentirse cerca de Dios pues estuvieron en el sitio donde el Profeta dio su sermón durante su primera y última peregrinación; serenidad por haber dejado sus pecados en ese valle, aliviándose así de tan pesada carga.  También regresan con un mejor entendimiento de las condiciones de sus hermanos en el Islam.  Por lo tanto, nace un espíritu de solidaridad por los demás y de comprender su propia riqueza que durará todas sus vidas.

Los peregrinos vuelven radiantes de esperanza y gozo, pues han cumplido con la obligación establecida por Dios de realizar esa peregrinación.  Por sobre todas las cosas, regresan con una plegaria en los labios: Que Dios acepte su Hayy, y que lo que dijo el Profeta sea cierto sobre su propio viaje individual:

“No existe recompensa para una peregrinación piadosa aparte del Paraíso.” (Al-Tirmidhi)

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